La perversidad de la censura: 18 libros prohibidos escritos por mujeres

23 Abril 2024

Cada uno de los títulos del Espacio Violeta puede ser un hallazgo, una puerta a un nuevo mundo, una revelación que nos dé un martillazo en la cabeza, como decía la escritora Lucía Litmajer refiriéndose al feminismo. Sin embargo, la sombra de la censura siempre ha estado al acecho para quitarnos la libertad de elegir lecturas, para prohibir que podamos acercarnos a otras voces de mujeres que se han cuestionado las normas antes que nosotras. Desde el Blog del Espacio Violeta buscamos en nuestras estanterías algunos de los libros escritos por mujeres que han sufrido la perversidad de la censura: libros prohibidos. 

Por motivos sociales

Contenidos frecuentemente considerados malditos y censurables son los referentes a la intimidad. Así ocurrió con El diario de Ana Frank publicado en 1947, aunque la edición íntegra es de 2018. En este caso fue su padre el que no quiso hacer pública la curiosidad de su hija por el cuerpo y las discusiones que tenía con su madre. En 2018 se descubrió que la joven había escondido tras papel de estraza reflexiones sobre la prostitución, la homosexualidad y la menstruación. 

Las protagonistas de La campana de cristal (1963) de Sylvia Plath y de Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado (1969) de Maya Angelou, distan mucho de ser mujeres acordes a los principios morales respetables según la censura siempre retrógrada. El título de Angelou, por ejemplo, se ha enfrentado a 39 denuncias públicas desde 1983, acusado de narrar la violación de una menor, de racista y de incitar a la homosexualidad. 

Por motivos sexuales

Sin embargo, aún a día de hoy, son los libros con algún contenido sexual los que hacen saltar todas las alarmas. Y si quienes escriben son mujeres, la espada de Damocles de la censura cae con especial fiereza. Así ha ocurrido a lo largo de la historia con títulos como El despertar (1899) de Kate Chopin, que cuenta la historia de una mujer que desea explorar su feminidad y dejar su rol de madre y esposa, "veneno inmoral". Orlando (1928) de Virginia Woolf, protagonizado por un aristócrata que vive 300 años y que cambia de sexo, como por arte de magia. 

El pozo de la soledad (1928) de Radclyffe Hall, fue acusada de contener "prácticas no naturales entre mujeres". La misma suerte corrió, casi cuarenta años después El grupo (1963) de Mary MacCarthy; y en 1970, Ojos azules de Toni Morrison. El color púrpura (1982) de Alice Walker, no se libró de las acusaciones de inmoral y depravado, a pesar de haber ganado el Pulitzer el mismo año de su publicación. 

Por motivos políticos

Aquellos libros que critican, que invitan a reflexionar y a actuar, que cuestionan un sistema político y/o religioso, están en lo más alto de las listas de obras incómodas e irritantes. Así ocurrió con El cuento de la criada (1985) de Margaret Atwood, duramente cuestionado por "insultar al cristianismo", además de considerarse "vulgar". Persépolis (1979), la obra de Marjane Satrapi y El harén político: el profeta y las mujeres (1987) de Fátima Mernissi, también fueron prohibidos en sus respectivos países, Irán y Marruecos. El primero denuncia la brutalidad del régimen islamista mientras Mernisissi hace una revisión del Corán y critica los círculos misóginos islamistas, defendiendo el feminismo adelantado a su tiempo del profeta. 

En España

A la República Española (1931-1939) también se la llamó la República de las mujeres. La llegada del franquismo supuso un retroceso para los derechos duramente conquistados hasta ese momento, una vuelta al modelo femenino conocido como el ángel del hogar: las mujeres pasaban a estar tuteladas, primero por el padre o el hermano, y luego por el esposo. Su único cometido era el de ser cuidadoras: hija, madre y esposa. Por lo tanto, los libros que invitaban al cuestionamiento de ese rol eran prohibidos, entre ellos: La mujer moderna y sus derechos (1927) de Carmen de Burgos, Segundo sexo (1949) de Simone de Beauvoir y La mística de la feminidad (1963) de Betty Friedan. 

Libros infantiles 

Los mundos infinitos que ofrecen los libros, cobran especial importancia en el caso de aquellos dirigidos a la chiquillería. Controlar el discurso implica controlar el pensamiento, las ideas y, por tanto, poder modelar mentes al antojo de los sistemas políticos. Celia, la protagonista de las obras de Elena Fortún, era una niña que hacía muchas preguntas, con una imaginación desbordante y con ganas de aprender y de experimentar; no era el modelo apropiado para las niñas de la época, así que Celia en el colegio (1932) fue considerado un libro maldito durante la dictadura franquista. 

El libro de Louisa May Alcott, Hombrecitos (1871), fue prohibido por proponer una escuela mixta, donde los niños y las niñas pudiesen estudiar y formarse juntos. El caso de Harry Potter, la saga escrita por J.K. Rowling,  tuvo que superar los prejuicios de su editor, pues según él, la gente no estaba acostumbrada a que fuese una mujer la autora de obras de ciencia ficción, de ahí la recomendación de esconder su nombre tras las iniciales. Finalmente fue la hija del editor, de ocho años, quien convenció a su padre de que quería saber más de ese niño que hacía magia. Tras las dificultades iniciales, la serie tuvo que enfrentarse a numerosas denuncias de padres  y responsables de bibliotecas: 

Las maldiciones y hechizos usados en los libros son maldiciones y hechizos reales; (...) podrían suponer un riesgo real para conjurar espíritus malignos (...) Responsable de la biblioteca de la St. Edward School (Nashville).

Nota

Las portadas pueden no corresponder a las ediciones existentes en la Biblioteca. 

Autoría de la foto de portada

Ghasoub Alaeddin (Pixabay)

Fuentes consultadas

 

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